
Heterodoxo y anárquico hasta la fecha, Emana desplegó ayer el abanico de un fútbol en el que el músculo es sólo el punto de partida para que el pase, el regate, el disparo o la visión de juego afloren en armonía con el juego del colectivo y no como una fruslería propia de quien hasta la fecha parecía jugar mirándose a un espejo.
Un futbolista, uno solo, necesitó el Betis para rematar la faena ante un tímido Castellón y visar el pase a los octavos de final de la Copa del Rey. A su rebufo, eso sí, hubo quien quiso reivindicarse y enviar a Chaparro el mensaje de que en los días de Liga no se sienta solo en el banquillo. Gente como Melli, Juande e incluso Rivera aprovecharon la cita para que al técnico le sea cada día más difícil repetir un once que, de no ser por las lesiones, se recitaría de memoria.
La incomprensible clandestinidad que impusieron sobre el partido las plataformas digitales obliga a un relato de los hechos más descriptivo de lo que es menester si el objetivo de una crónica se enfoca a la interpretación, a desentrañar el porqué de los diversos avatares que acontecen en poco más de hora y media sobre metros y metros cuadrados de césped.
Aunque tampoco la obra que trataron de ejecutar Betis y Castellón iba a deparar un argumento misterioso ni mínimamente curioso. Al ritmo que propusieron los verdiblancos, con la cómoda ventaja adquirida en Castalia, y que el conjunto de Abel Resino se mostró incapaz de alterar, pronto se dibujó un panorama propio de los muchos partidos que sobran a una competición tan maltratada y vilipendiada por sus organizadores como la Copa del Rey.
Paco Chaparro volvió a poner en liza, como hiciese junto al Paralelo, a los suplentes. Únicamente Emana repitió respecto a los once hombres que salieron como titulares en Los Pajaritos hace tres días. Y, paradójicamente, fue el camerunés el único futbolista que se atrevió a alterar el pulso de un partido de ésos que se juegan a título de inventario.
Un preciso cambio de juego del controvertido futbolista africano, en un contraataque iniciado por él mismo, dejó a Sergio García solo ante Oliva para que la vaselina del catalán se quedase en las manos del guardameta.
No hubo noticias del Castellón ni del supuesto marcador de Emana, un asfixiado Dani Pendín que ni pudo con su par ni obligó a éste a sacrificio defensivo alguno. Así, el mediapunta verdiblanco sólo necesitó de cierto compromiso y movilidad del resto de atacantes en el último cuarto de hora para, al menos, volcar el juego hacia el área contraria. Oliva se interpuso ante él y José Mari en otras dos ocasiones que despidieron el partido al descanso.
En la retaguardia, menos noticias aún. Ricardo sigue alimentando de dudas la portería, Rivera se confirmaría como el único cierre en ausencia de Mehmet Aurelio capaz de bascular en las coberturas y Melli le dejó claro a su técnico que es un central rápido y muy válido siempre que se apueste de veras por él.
Aunque la contienda tampoco es que permitiese juicios muy profundos sí se atisba que el Betis se maneja mejor con dos medios centros y Emana por delante que con el escalonamiento de los tres centrocampistas que hasta la penúltima fecha soriana había empleado el técnico trianero, aunque sólo sea por lo que este mínimo retoque libera a Emana, el único, con Edu en el dique seco, capaz de imaginar y parir algo de fútbol en este equipo.
El panorama cambió por completo en la reanudación porque así lo quiso el Castellón. Con más voluntad que tino, el equipo levantino adelantó líneas y quedó expuesto y con las vergüenzas al aire ante un Betis que a la contra iba a resultar letal.
No tuvo más que apoyarse en el inspiradísimo Emana, quien acabó por doblar la última hoja de su amplio repertorio en la enésima arrancada que su cultivada fibra le permite. Fue un disparo desde 20 metros junto a la cepa del poste derecho de Oliva que acabó por sentenciar la eliminatoria.
Al hilo del camerunés y de su gol se fueron enchufando cuantos moraban por delante del balón y hasta un Juande que se fue soltando para reclamar los minutos que siempre le pertenecen por su temple y que no suele rescatarle al trianero por ese sudor que no siempre le acompaña pero del que sí se fue empapando con los minutos. Un pase milimétrico del motrileño sirvió para que Sergio García abrochase el pase de su equipo a los octavos de final de un torneo al que está obligado a engancharse con todo su ánimo.
Si además, aunque de manera esporádica, el banquillo pide minutos sobre la yerba, Chaparro se va a hallar en la obligación de sofocar a sus intocables en la Liga para que, lesionados al margen, la compaginación de ambas competiciones no suponga trauma alguno para una parroquia harta de sufrir a su equipo y al mandamás que le azota el bolsillo pese a la asoladora crisis que vive el mundo.
Fuente: diariodesevilla.es
Fuente: diariodesevilla.es
Fotografía: alfinaldelapalmera.com
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